Viernes, 29 Marzo 2024

BASQUE CULINARY WORLD PRIZE: PREMIO AL COMPROMISO

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El 8 de septiembre tuvo lugar en el Museo San Telmo de Donostia la entrega del Premio Basque Culinary World Prize, que recayó este año, en su 1ª edición, en la venezolana Mª Fernanda di Giacobbe, chef que ha articulado, a lo largo estos años, una red de educación, emprendimiento y desarrollo en comunidades productoras de cacao de su país. La cocinera se ha empeñado, sobre todo, en brindarles oportunidades a mujeres vulnerables económicamente, unas 700 mujeres a las que ha capacitado y convertido en microempresarias del chocolate. El Basque Culinary World Prize es un galardón con el que se busca premiar a chefs con iniciativas transformadoras que contribuyan a mejorar el mundo. Tiene una dotación de 100.000 euros que el ganador deberá invertir en su proyecto, y se entregará anualmente a un cocinero que demuestre cómo la gastronomía puede incidir en la sociedad más allá de la cocina. Lo otorga el Basque Culinary Center (BCC), y lo promociona el Gobierno Vasco.

El evento fue aprovechado para homenajear a los fundadores de la Nueva Cocina Vasca, movimiento que en 2016 cumple 40 años. Los chefs recibieron un obsequio de manos de Joxe Mari Aizega, director del BCC y Bittor Oroz, Viceconsejero de Agricultura, Pesca y Politica Alimentaria del Gobierno Vasco. Llamaba la atención la ausencia de Karlos Arguiñano, fundador del movimiento, aunque no faltaron Luis Irizar, Juan Mari Arzak, Pedro Subijana, Ramón Roteta, Manolo Iza, Tatus Fombellida, y José Juan Castillo, entre otros.

Fue un acto protocolario e institucional en el que tomaron la palabra, además de los mencionados, el rector de Mondragón Uniber­sitatea, Vicente Atxa, y una gran cantidad de políticos de toda condición. Para dar fin a tanto discurso, los organizadores tuvieron la feliz idea de invitar a la clausura del mismo a alguien que no necesita micrófono ni redactores de discursos para hacer llegar su voz al público: Ainhoa Arteta ofreció a los presentes tres ciclos de canciones americanas y vascas y un aria de ópera que limpió los oídos del respetable, predisponiendo a los oyentes para el epílogo del encuentro, un copioso lunch que fue servido en el patio del museo.